El Gran Premio de Las Vegas se convirtió en un teatro de caos para Ferrari, ya que Charles Leclerc y Carlos Sainz tuvieron que lidiar con una combinación de órdenes de equipo, estrategias cuestionables y frustraciones crecientes. Lo que podría haber sido una oportunidad crucial para cerrar la brecha en el Campeonato de Constructores se convirtió en una dramática muestra de desconcierto interno, que dejó a la Scuderia ante más preguntas que respuestas de cara a las últimas carreras de la temporada.
Partiendo desde la quinta posición de la parrilla, Leclerc intentó atacar agresivamente, ganando rápidamente posiciones en la pista y ocupando brevemente el segundo puesto tras superar a Pierre Gasly y presionar a George Russell. Sin embargo, su ataque inicial se produjo a costa de la degradación de los neumáticos, lo que obligó a Ferrari a entrar en boxes antes de lo previsto. Al reincorporarse en sexto lugar, las ganancias que tanto había conseguido Leclerc comenzaron a desmoronarse mientras luchaba tanto con sus neumáticos como con su compañero de equipo.
Sainz, que comenzó la carrera en tercer lugar, optó por un planteamiento más comedido, conservando sus neumáticos y esperando el momento oportuno. Sin embargo, la dinámica cambió después de las primeras paradas en boxes, cuando Ferrari dio una polémica orden de equipo: “Se le ha dicho a Carlos que no adelante”. La instrucción tenía como objetivo mantener la armonía y preservar la longevidad de los neumáticos, pero se vino abajo de forma espectacular cuando Sainz adelantó a Leclerc en la vuelta 44.
La respuesta de Leclerc por radio, llena de sarcasmo —”Tal vez podrías intentarlo en español”— captó la creciente brecha entre los pilotos y su insatisfacción con el muro de boxes. Para Leclerc, fue un escenario familiar de mala gestión estratégica percibida, mientras que para Sainz, fue otro ejemplo más de moderación en su búsqueda del rendimiento. Ambos pilotos expresaron sus frustraciones después de la carrera: Leclerc se lamentó: “Ser amable siempre me cuesta”, y Sainz expresó su descontento con las señales contradictorias.
La carrera puso de relieve las persistentes dificultades de Ferrari para tomar decisiones y gestionar el equipo. El ingeniero de Leclerc, Xavi Marcos, no logró proporcionar una orientación clara en los momentos críticos, mientras que el lado del garaje de Sainz mantuvo un silencio ambiguo respecto a la orden del equipo. Incluso el último intento del director del equipo, Fred Vasseur, de abordar la situación a través de la comunicación por radio parecía más reactivo que autoritario.
La falta de cohesión en Ferrari contrastó marcadamente con la de sus rivales. Red Bull, como siempre, ejecutó su estrategia a la perfección, y Max Verstappen consiguió otra victoria sin problemas. Mercedes gestionó la dinámica de sus pilotos de manera eficiente, evitando conflictos internos y asegurando puntos valiosos. McLaren, aunque menos competitivo en cuanto a ritmo absoluto, mostró una cohesión de equipo superior.
Esta carrera no fue un incidente aislado. La temporada de Ferrari se ha visto empañada por llamadas a boxes cuestionables, órdenes de equipo inconsistentes y un enfoque reactivo que deja a los pilotos frustrados y a los aficionados desconcertados. Si bien Vasseur se ha comprometido a reformar la cultura y la toma de decisiones de Ferrari, los eventos en Las Vegas pusieron de relieve lo mucho que le queda por hacer a la Scuderia.
A falta de dos carreras, la lucha de Ferrari por el segundo puesto en el Campeonato de Constructores se ve ensombrecida por las crecientes tensiones entre Leclerc y Sainz. La falta de unidad corre el riesgo de hacer descarrilar el progreso del equipo y dañar la moral. Mientras los pilotos siguen superando sus límites, la pregunta que se cierne sobre ellos es: ¿puede Ferrari aprovechar su potencial e inculcar una visión clara y cohesionada, o el caos interno del equipo les costará caro tanto dentro como fuera de la pista?
El drama de Las Vegas sirve como un duro recordatorio de que, incluso en el mundo de alto riesgo de la Fórmula 1, el trabajo en equipo y el liderazgo son tan cruciales como la velocidad pura. Para Ferrari, el camino por delante es claro: resolver la discordia, refinar la estrategia y restaurar la confianza, o correr el riesgo de ver cómo sus esperanzas de ganar el campeonato se alejan aún más de su alcance.